19 de marzo de 2024

Sin partido de fútbol


Ya tiene cinco años la aún última novela de Cristina Morales, de quien hace poco me gustó tanto Últimas tardes con Teresa de Jesús. Lectura fácil es un libro premiado (Herralde, Nacional), brillante, directo, empoderado(r), combativo, pero también sutil, inteligente, ágil, y muy divertido. Por supuesto, metafórico (sinecdóquico tal vez) desde el título. La lectura fácil, como una de las protagonistas explica en la novela, es la adaptación de un texto (y de su maquetación) para permitir una lectura y comprensión más sencilla del mismo, eliminando barreras de acceso al contenido, y favoreciendo así accesibilidad y participación de los colectivos que puedan verse favorecidos por su uso.

En la novela, las protagonistas son cuatro mujeres discapacitadas intelectualmente en diferente grado, todas ellas emparentadas como medio hermanas y medio primas: Angelita, Patri, Marga y Nati. Aunque son de origen rural, en inicio de la novela están viviendo juntas en un piso tutelado por la Generalitat en la Barceloneta. Aún no lo sabemos en lo que parece una presentación inicial algo satírica con un cierto costumbrismo, pero para ellas ese piso es una oportunidad de libertad en grados que no han experimentado desde sus diagnósticos. Nati puede, así, acudir a clases de danza para discapacitados; Angelita escribe una novela en lectura fácil para un grupo de WhatsApp. Y Marga puede vivir libremente su sexualidad, aunque también ponerse en contacto con grupos de okupas que puedan ayudarle a escaparse con ayuda de una célula protoanarquista y antisistema... La Generalitat la busca y después la interpone una demanda de… bueno, algo que atenta contra su integridad, digamos.

El logro de Lectura fácil es usar el punto de vista de cada una de las mujeres a lo largo de la novela, combinado en cuatro formatos literarios que se van alternando sin seguir un patrón aparente, haciendo así también avanzar la acción, explicar el pasado y realizar la denuncia del sistema que implica el libro. Denuncia peculiar cuyo objetivo es lógicamente la gestión actual de la discapacidad, a la que se llega con la construcción literaria de una cotidianeidad en los márgenes sociales, pero que en realidad cuestiona todo el sistema social. Estos cuatro formatos son:

-el monólogo interior de Nati, una brillante estudiante de doctorado que al caer enferma del 'síndrome de las compuertas' mantiene una inmensa logorrea de contenido siempre anarquista, feminista y combativo. Nati es sin duda el personaje estrella de la novela, pues su valentía y lucidez son enormes, pero su discurso, en el que siempre se mueve en círculos, impide de continuo que avance en las circunstancias en que se encuentra, dando lugar a escenas alargadas e hilarantes, en las clases de danza o en su visita a la celda de ocupación. En Nati, Morales arriesga mucho, por su obvia impersonación en el personaje, presentado en primera persona, aparente figura central, y en la que el lenguaje político y filosófico son tan relevantes que es fácilmente sospechable que Morales la utiliza para un discurso propio de denuncia continua. Pero también es cierto que este diseño de personaje en sí es polémico: aparentemente dotada de una inteligencia libre y sublime, remite a la valentía de los locos o los bufones que siempre dicen lo que piensan, y muestran la realidad desde la desfachatez de su discriminación y/o (dis)capacidad. La mujer con mayor discapacidad intelectual es, por tanto, la de mejor uso del lenguaje (anarcorrevolucionario) y la traductora a lo político de los males de la sociedad; es también la que recoge o inventa términos a lo Bolaño como 'bastardista' o 'bovarista', y cuyo devenir es el central al ser el personaje más activo.

 -La novela en lectura fácil que escribe Angelita en su móvil, siguiendo rigurosamente las reglas de estilo de esta modalidad de escritura, y funcionando en cierto modo como reflejo de Nati. Allí donde ésta impide avanzar la acción por un lenguaje enrevesado que nadie entiende, Angelita tampoco lo consigue, pero por lo contrario: su necesidad de explicar con sencillez todos los términos, y de aclarar todas las digresiones en que pueda caer. Allí donde Nati no cumple regla alguna, Angelita es terriblemente disciplinada. También es la mayor de las mujeres y la de menor discapacidad. Su actitud es exclusivamente estática -siempre en su sofá- frente a la danza de Nati, pero, por otro lado, resulta ser la más pragmática en su sencillez, especialmente en la resolución de la trama. De nuevo Morales arriesga en el diseño del personaje: la novelista de aspiraciones formalistas y ambicioso retrato sociopolítico ‘rebaja’ su semántica para adaptarse al potencial lenguaje de una discapacitada usando también el humor de modo arrasador, en ocasiones por acumulación y exageración.

-Marga desea escapar del piso y tener casa propia, y para ello contacta con una célula de okupación y asiste a sus reuniones en Sants, una de ellas con Nati. El diálogo y futuras actas de estas reuniones es otro de los formatos relevantes de continuidad de la acción del libro, dado que cubre indirectamente la desaparición y persecución de Marga. Los participantes en la reunión usan seudónimos: capitales de provincias no catalanas ni vascas (el nexo entre lo charnego, lo okupa, y las rentas bajas es sutil pero visible). Sus conversaciones por supuesto también se alargan indebidamente, o no consiguen iniciarse sin fijar las condiciones en que deben desarrollarse para ser democráticas e igualitarias, y quedan siempre interrumpidas por excederse y no quedar tiempo para coger el último metro. Aquí el método del discurso político antisistema es el que resulta objeto de la ironía de la autora, que apunta a la eterna división de las izquierdas en sus discusiones bizantinas, pero que, no obstante, diseña espacios de libertad tanto expresiva como sexual con cierta calidez. Marga comparte con Nati una indisciplina mayor, una discapacidad mayor, un movimiento mayor, una dignidad también mayor, necesaria en su caso por la acusación de activa sexual que pende oficialmente sobre ella.

-Finalmente, Patri cubre el cuarto formato mediante las declaraciones efectuadas ante la jueza que debe decidir sobre la esterilización de Marga. La transcripción de esas declaraciones muestra lo que finalmente sabemos que ocurre cuando la trama ha llegado a su fin. Patri en realidad forma ‘pareja’ con Angelita, también estática y disciplinada, educada en sus respuestas y siempre dispuesta. Sus sesiones con la jueza, sin embargo, encierran el mayor horror de la inflexibilidad del sistema hacia las protagonistas, asomando su cabeza entre la capa de humor que Morales otorga a estas declaraciones continuadas y circulares.

En general, Lectura fácil está embebido -y creo que es el motivo de su éxito como obra- de la dignidad de sus protagonistas más que por un retrato crudo de la situación de opresión que viven. Hay visión estética en que no haya caída alguna en la conmiseración ni el victimismo, todo ello superado por la continua capa de humor e ironía apabullantes y arrolladores, en la que el riesgo asumido y superado por la autora de mostrar el humor de las peripecias de las protagonistas en lugar de mostrar la acción directa del sistema (ojo: sistema cultural entero, sistema lingüístico de expresión, sistema de reuniones de humanos bien para danza inclusiva, bien para okupar casas, etc...) es valiente y audaz. Sé que la comparación puede parecer extraña, pero la estructura me ha recordado al mejor Vargas Llosa. Pero es que si pienso en el asunto de la libertad, el libre albedrío, su defensa y método de defensa desde el poder, la relación del individualismo y la independencia personal con la organización estatal, los derechos colectivos, y la coerción a quien define como discapacitados… Este libro es profundo,  polisémico, renovador, y demoledor; contiene además un fanzine a modo de tractatus anarquista, retrata en pinceladas los pasos del ‘procés’ en la sociedad catalana, y terminó de crear polémica con una adaptación televisiva que Morales rechazó por cambiar el punto de vista de la historia al de una de las trabajadoras sociales), y con una adaptación al teatro.



 

14 de marzo de 2024

Contra el imperio de los bulos

 


Durante años el historiador Jagoba Álvarez ha estado (y aún sigue) combatiendo diferentes bulos que circulan en las redes sociales alrededor de la aprobación del sufragio femenino en la Segunda República Española. Tras años de respuestas infatigables a cualquier cuenta identificable o anónima que soltara una mentira sobre aquel proceso y sus dos días fundamentales (el 1 de octubre y el 1 de diciembre de 1931), decidió aunar todos los argumentos y contestar cada uno mediante este libro, El PSOE y el sufragio femenino, financiado mediante micromecenazgo. Es un volumen breve y ágil, por momentos trepidante, que responde uno por uno a esos bulos. A saber:

-que el PSOE votó en contra del sufragio femenino

-que Indalecio Prieto era contrario al sufragio femenino

-que Victoria Kent era socialista

-que Margarita Nelken votó en contra del sufragio femenino

-que el PSOE amenazó de muerte a Clara Campoamor

El método es directo: la recuperación de los documentos de la época (los aprobados por el PSOE en sus congresos, la presencia de agrupaciones feministas de Juventudes Socialistas, las actas de sesiones y votaciones del Congreso de los Diputados, los escritos de los y las protagonistas) y su narración contextualizada, que se centra fundamentalmente en la sesión del 1 de octubre junto con sus vísperas, en la que se aprueba el sufragio femenino, sin olvidar la del 1 de diciembre, en la que la llamada enmienda Peñalba proponía el retraso de la aplicación del sufragio femenino hasta que pasaran un par de procesos electorales y la 'mujer ya estuviera madura' para el voto. La enmienda Peñalba fue rechazada y ocho días después se aprobó la Constitución de la República.


Clara Campoamor

La excusa fundamental para que estos bulos hayan permanecido es que la principal defensora del voto femenino durante estas sesiones fue Clara Campoamor, que militaba en el Partido Republicano Radical presidido por Alejandro Lerroux, y que era un partido republicano, anticlerical y liberal. La necesidad de referentes históricos de los liberales del siglo XXI (el hoy prácticamente desaparecido Ciudadanos) para su discurso llevó a su reivindicación sin matices, dentro de la polarización política contra el PSOE, y eso resulta problemático, ya que Campoamor fue la única parlamentaria del PRR que votó a favor del sufragio femenino, en contra del criterio de todos los liberales de su partido, que lo hicieron en contra.

Lo cierto es que el debate parlamentario se recoge con brillo, usando breves extractos, y dando voz a todos los participantes. Es vibrante el famoso intercambio entre Campoamor y Victoria Kent, que defendía como argumento principal -que luego el bulo achaca al PSOE- que las mujeres votarían en contra de la República por influencia de la Iglesia. Pero todos los parlamentarios socialistas hablaron en contra de esta idea. Kent no era socialista del PSOE, pertenecía al PRRS, Partido Republicano Radical Socialista. Pero bueno, ¿para qué tener matices si una historia no encaja en tu discurso?

Este libro es un ejemplo de herramienta poderosa, accesible y practicable contra la desinformación política. Realizado sin el sentido del espectáculo de los fact-checks televisivos ni la agresividad del diálogo a veces enfermizo de las redes, basado en los datos y documentos, y respondiendo con serenidad. Literariamente tiene un valor añadido: el ritmo de la discusión política enhebrada, al que en este caso se suma la emotividad trascendente del objeto de la rotación, y que hace que el libro se devore...

Jagoba Álvarez (imagen de su cuenta de Twitter)

3 de marzo de 2024

Sufragistas de Boston

 


Las bostonianas es un intensísimo relato personal y psicológico del sufragismo en la Nueva Inglaterra de finales del siglo XIX (o mejor, de la postguerra de Secesión norteamericana), con una inteligente lectura de la lucha de género reflejada en la división del país, y un inmenso subtexto que hace de la novela un texto más actual que otras centradas directamente en la lucha política directa (por ejemplo, el libro de Carmen de Burgos que comentaba hace poco). Sucede cuando se crean buenos personajes: la vinculación simbólica y el reconocimiento emocional funcionan.

Las Bostonianas, dirigida por James Ivory en 1984

Verena es hija de un médium gracias al cual da una charla en casa de una sufragista de Boston a la que acuden Olive, adinerada dama soltera de la ciudad, y su primo lejano Basil, hombre sureño del Mississipi que, tras perder la guerra, se fue a trabajar a Nueva York y que está de visita en Boston. Verena fascina a ambos. La novela relata fundamentalmente la lucha continua que Olive (sufragista, de vocación soltera militante, acaudalada) y Basil (guapo, caballeroso, pobre) mantienen por ganarse a Verena. Olive lo tiene más fácil: vive en la misma ciudad que Verena, su oferta incluye educación y formación para convertirse en una oradora brillante que permita que los derechos de las mujeres se activen de una vez, y dispone de una chequera con la que convencer a sus padres de que permitan a Verena vivir con ella. Otras mujeres completan el cuadro principal de personajes, como la militante pionera Mrs. Birdseye, la médica doctora Prance, Mrs. Luna (la hermana de Olive) o la famosa sufragista Mrs. Farrinder. Todas ellas completan el grupo de bostonianas del título. En la trama hay también un peso relevante de la ciudad de Nueva York, porque allí vive Basil, pero también Mrs. Luna (que le pretende), además de los Burrage, cuyo hijo estudiante en Harvard corteja a Verena; se trata de un paralelismo entre una ciudad de provincias- así mencionada por los neoyorquinos - y una capital de artes y culturas cuyo significado en la batalla no he acabado de colegir.



La relación entre Verena y Olive es perfectamente legible como subtexto lésbico. Aunque Olive forma y educa a Verena como una Pigmalión que sirva a sus intereses políticos, sus celos ante los hombres que la persiguen son los de una sufriente enamorada. Los pequeños alejamientos, las mentiras y ocultamientos sin relevancia acaban siendo grandes grietas en la pareja, siempre perdonadas por la promesa de nunca concederse al matrimonio. La honestidad amorosa de Olive es a pesar de todo dudosa, pues su interés en liderar el movimiento pesa sobre la relación, pero, sobre todo, los cheques pagados al padre de Verena revelan un aire de posesión e inversión.



En un principio, Basil parece llamado a romper este encierro de Verena con su encanto, galantería y derecho masculino sobre la mujer. Su pobreza, su orgullo, y la otra parte de su carácter sureño (con frecuencia reflexionando por sí mismo como derrotado) corren en su contra. Poco a poco, según Verena le va conociendo, es claro que Henry James abandona cierta ironía inicial que hoy denominaríamos de comedia romántica, y le hace aparecer como un abofeteable macho dominante y retrógrado (recordemos que estamos en 1880). Pero su simbolismo fálico (el que penetra en el gineceo, digamos) tiene el sentido de recuperación del orden sexual que Olive subvierte. Lógicamente, es esperable que Basil venza. Otra cosa es a qué precio, y qué opine el autor de ello.

El caso es que el cuadro de sororidad que retrata James en varios momentos es hermoso, aunque no idealizado. Su trabajo es minucioso y detallado tomándose un tiempo que por ejemplo no usaba igual en la más acelerada Washington Square, y en la que las formas sociales son milimétricamente detalladas: organización de reuniones sociales, concertación de citas y visitas, el ritual de los paseos en voz en Boston, una larga escena veraniega que hace pensar en su contemporáneo Chejov... La visión novelada sobre el feminismo debió resultar impactante en su día (bueno, en realidad, más que impactante fue rechazada: la novela fracasó) y es aún vigente, pues no es imposible reconocer en la actualidad diálogos y situaciones que crea James alrededor de los derechos de las mujeres. Sabiendo por otro lado del interés de James en las presiones sexuales diversas, y su más que probable homosexualidad, la lectura en clave de Las bostonianas se antoja factible.

Las bostonianas tiene una adaptación cinematográficarodada por James Ivory en 1984, prácticamente literal, con el academicismo de su director en su época más triunfante, si bien fuera de la recreación victoriana que más visitó. No es una película muy lograda, pues al guión le resulta difícil recortar escenas y personajes cuya fugacidad no hace honor a su papel en el libro, y con ello pierde emoción. Además, salvo Vanessa Redgrave, que maneja todos los matices de la sufriente Olive, y Jessica Tandy, el casting no es acertado.



 

 

 

25 de febrero de 2024

Teresa apócrifa e inmortal

 


Últimas tardes con Teresa de Jesús, antes editada como Introducción a Teresa de Jesús, y antes incluso como Malas Palabras, es una novela de Cristina Morales, que dedica esta edición a Juan Marsé, ya que como explica en un vívido prólogo, el insigne autor de Rabos de lagartija murió mientras se preparaba dicha nueva edición. Leído el libro, y empezado como tengo Lectura fácil, la conexión entre Marsé y Morales es visible: el mundo charnego, la Barcelona proletaria y alejada del boato empresarial y político, los márgenes de la sociedad buscándose la vida, y, sobre todo, una ironía desmedida, continuada, divertidísima. El homenaje del título de Morales frente a la historia que Marsé urdió entre el impostado Pijoaparte y la burguesa Teresa ya define toda la obra e intención.


“Pijoaparte inmortal”. En el prólogo, Cristina Morales reivindica ser la autora de esta pintada en el Carmelo, junto a otras más. Foto de Twitter, de la cuenta de @jordinasb85

Pero no hay Barcelona en Última tardes con Teresa de Jesús, cuya protagonista es Teresa de Cepeda, Teresa de Ávila, mística y escritora, patrona de los escritores españoles, fundadora de las carmelitas descalzas, santa y doctora de la Iglesia, y, como reformadora hacia valores de pobreza y clausura, investigada por la Inquisición. Para poder defenderse ante sus enemigos, el confesor de Teresa le recomienda (exige) escribir un relato de su vida y obras. Estamos en 1562 y Teresa está visitando a una noble recién viuda de la que espera obtener fondos económicos para sus reformas, y allí escribe su autobiografía, que complació a sus detractores, y hoy es un manuscrito celosamente guardado en El Escorial. Este libro de Cristina Morales es una versión apócrifa de ese libro; es Teresa escribiendo su vida, su familia y formación, su obra y sentimiento como un texto para sí misma. El texto que lógicamente la habría condenado a ojos de los hombres que primero lo leerían y luego la juzgarían.


Portada de la edición del libro con el título anterior

La última vez que leí un libro de estas características, una digamos reencarnación de una prominente voz del cristianismo, fue Sed, de Amelie Nothomb, que está muy poco conseguida. La peor ejecución del presentismo, la incomprensión de la época, la incapacidad para usar su lenguaje, y, en este caso y dados el personaje y la situación -la Pasión de Cristo-, el halo trágico al que se incorpora la visión arrogante del momento futuro, malograban tremendamente la apuesta de Nothomb. Sin embargo, nada de todo esto sucede en Últimas tardes con Teresa de Jesús. La autobiografía apócrifa de Cristina Morales lógicamente tiene un punto de vista actual, obviamente, pero se centra especialmente en la construcción del texto, su ritmo interno, y la intimidad física que le permite a la santa escribiendo sólo para sus propios ojos. La sintaxis y el lenguaje son deudores, no completamente por supuesto, del de Teresa, y sus cuitas y maneras mentales no aparentan especial distorsión de los propios escritos de la santa, incluida su moral pragmática, el sentido del humor y la ternura en el trato. El conjunto fluye de modo espectacular, y la recuperación reivindicativa e incluso el matiz de impersonación que supone el uso de la primera persona, son muy estimulantes.

El libro encierra lecturas de interés para nuestro tiempo, pero no se subrayan y tampoco merece la pena que sean enumeradas aquí discursivamente. Lo que es reseñable es que por debajo del aparente entretenimiento, que parece ser la opción escogida de recuperar a Teresa, se oculta un trabajo ingente de lectura e interpretación de sus textos, exprimidos con maestría para construir una Teresa que se antoja especialmente verdadera en el doble artificio literario que construye la autora.


18 de febrero de 2024

Mujer moderna, 1927



La mujer moderna y sus derechos es un libro publicado por la periodista y masona Carmen de Burgos en 1927. Se trata de un libro que aparentemente compila una buena cantidad de su obra anterior, aparecida en otros formatos, a los que la autora dotó de homogeneidad y un hilo conductor, y que editó con mimo. En las reseñas autora y libros son saludados como un precursor adelantado a su tiempo de El segundo sexo y Simone de Beauvoir. El libro tiene un aspecto decididamente compilatorio, tanto en la recogida de elementos que afectan a la mujer y al feminismo como en la bibliografía o literatura que la autora menciona en el texto, y que la cuidada edición de Mercedes Gómez-Blesa describe en continuas notas al pie, no muy extensas, muy efectivas e instructivas. El esfuerzo analítico de la situación histórica y de su tiempo de los derechos de la mujer abarca no pocos aspectos: el origen del feminismo y el estudio de las diferencias entre hombre y mujer, el derecho a la cultura, al trabajo, los derechos militares y políticos, y la situación de la mujer respecto al matrimonio y la familia.

En algunos de ellos es francamente sorprendente la actualidad de argumentos e ideas de Carmen de Burgos. Uno de los mejores ejemplos es la prostitución, donde se describe el debate entre abolicionismo, reglamentación y alegalidad con las mismas ventajas y desventajas de hoy, si bien con condicionantes morales de diferente matiz debidos a las épocas, con el foco en la desaparición de la barraganería como causa del aumento de la prostitución -hoy un factor olvidado que probablemente no apreciaríamos como positivo-, y una sorpresa: como toda feminista de su tiempo y anteriores, pero probablemente como todo y toda humanista de aquellos años, la confianza es total en la educación para resolver el problema. Hoy sabemos que, siendo un factor imprescindible en su resolución, parece no ser el componente único de la receta. En lo que sí es coincidente el análisis de ambas épocas es en la necesidad de acabar con la trata. Y no lejos de este tema se encuentra la alusión probablemente pionera (si bien no es un tema en que profundice) a la violencia de género y a la incomprensión del Poder Judicial masculino hacia la mujer en los juicios de asesinatos pasionales.

Escribiendo en 1927 es lógico que determinadas categorías actuales de la lucha feminista estén superadas. Hoy escribimos y pensamos tras varias revoluciones feministas posteriores, y nos resulta difícil aceptar que sean las disputas por amor las desencadenantes de las discriminaciones, que llamemos pasionales a los crímenes de hombres contra mujeres, o que éstas necesariamente tengan una querencia natural a dedicarse a la casa y sus tareas. A Carmen de Burgos le falta naturalmente la filosofía existencialista y estructuralista que permitiría subrayar las relaciones de poder subyacentes a estos conceptos. Pero no es que se aleje excesivamente; en parte, su apelación al marxismo en las largas páginas dedicadas al derecho al trabajo de las mujeres lo demuestran. Pero, en general, el libro por momentos opta más por la recopilación de situaciones y pensamientos que afecta a la mujer en su tiempo, más que a una conceptualización filosófica profunda y propia (la referencia acrítica a Henry Ford muestra esto, aunque es un tópico aún de nuestros días).

A Carmen de Burgos le interesa mucho la recogida de leyes, situaciones y consideraciones negativas de la mujer a ser rebatidas en su concepción discriminatoria por ejemplos históricos (algo más laxos en su demostración) y de su tiempo (donde el soporte documental es amplio). Los derechos del trabajo y familiares son en este sentido estudiados de manera exhaustiva, e incluyen incluso páginas de escritores masculinos que apoyaban o no alguna de sus causas (dos de sus mayores intereses de lucha, el divorcio y el voto femenino, son ejemplos de esto). Son elementos que lastran el estilo literario acercando el texto a lo enciclopédico, pero que dan idea de que de Burgos tenía una causa principal antes que la literatura. En ocasiones el tono tiene cierta neutralidad algo exasperante (los derechos religiosos), y en otros su método de demostración de capacidad femenina entra en terrenos conflictivos cuando no contradictorios (los derechos bélicos). A veces los hallazgos luminosos son sorprendentes y al no profundizarse parecen encuentros felices que probablemente le generaban dudas. Un ejemplo estupendo es la reivindicación de la belleza nueva de las mujeres deportistas, combatiendo así el argumento de que el deporte estropea a las mujeres, o, por su lado, el anuncio de manera pionera de una emancipación empoderadora del canon de belleza en un capítulo dedicado a la moda que es probablemente de los más inesperados y significativos de la visión amplia de la autora.

La comparación con Beauvoir se antoja algo excesiva pero sin duda La mujer moderna y sus derechos merecería mejor lugar en la literatura feminista universal. Probablemente su papel como activista haya sido minimizado por su país de origen y la propia historia inminente del mismo. Carmen de Burgos vivió para ver implantado el sufragio femenino universal durante la Segunda República Española, aunque no el divorcio, ya que murió en 1932.


Carmen de Burgos, según foto en Wikipedia

11 de febrero de 2024

El encuentro



Anne Enright es una novelista irlandesa que ganó el (ahora llamado) Premio Booker en 2007 con esta novela, el encuentro, que narra las gestiones y desvelos de Veronica Hegarty por recuperar los restos de su hermano Liam, muerto en Inglaterra, para velarlo y enterrarlo. Veronica, encerrada en una crisis personal profunda por una miríada de reproches hacia su madre y el desafecto en su propio matrimonio, se enfrenta a una familia de numerosísimos hermanos, cuyas relaciones particulares también son complejas.

A la par que se desarrolla en la novela este agitado presente de Verónica, ella misma parece recordar la juventud de su abuela materna, que en vez de su marido estuvo a punto de ser seducida por el mejor amigo de este. Pero amistad y amor se mantuvieron. A Verónica, fascinado en su infancia por la figura de su abuela, estos momentos les suponen una aparente fuga escapista.

Pero no lo son. En ellos se va gestando de manera elusiva el malestar de Veronica por su propia entrega personal a la causa de rendir homenaje a su hermano muerto, cuya carga hace recaer sobre sí misma y la familia. El pecado original es en realidad revelado en el primer párrafo y su misterio por tanto relativo, pero la memoria lectora es engañosa y durante la lectura no se vuelve a esa insinuación inicial. En esta reseña prefiero no revelarlo, aunque no se trate de un simple McGuffin.

El Booker Prize siempre me ha parecido una garantía de calidad importante y he leído varios libros de su listado relevante. Pero, en este caso, no me ha funcionado. Mi impresión es que una parte se debe a las dificultades de traducción, tanto de diálogos como del propio flujo de pensamiento de Veronica. Las interjecciones y expresiones cortas continuadas parecen carentes de vida y naturalidad, y eso puede ser resultado de dificultades de traducción de una novela sospecho que escrita con una musicalidad distinta a la de su traducción. Pero no es la única situación, porque entiendo que el libro peca mucho de una concepción aún bastante freudiana algo superada de las frustraciones familiares, que intenta rodear usando ironía poco efectiva, y que en realidad no es original como para premio, aunque pueda ser el mecanismo posible que Enright haya encontrado para sacar adelante el texto.


Anne Enright, foto en Wikipedia

 

13 de enero de 2024

 

Stoner es una novela de 1965 que al parecer está viviendo desde hace unos años un éxito nuevo de ediciones y reimpresiones. Como con todo redescubrimiento fascinante, las loas al libro del autor John Williams son relevantes, y parecen merecidas. La novela narra la vida de un profesor de filología inglesa que apenas abandona la Universidad desde que llega a ella como estudiante hasta su muerte a punto de jubilarse.

William Stoner (como me ha pasado recientemente en otras lecturas como Peter Camenzind o El bar que se tragó a todos los españoles) es un joven 'arrastrado' a estudiar, arrancado por así decir de una familia que en realidad no le preparó a ello y que buscaba para él otro futuro. De carácter algo lánguido pero trabajador y tenaz, Stoner aprueba su carrera y su doctorado, empieza a dar clases, evita ir a las dos grandes guerras del siglo XX (especialmente la primera, donde estando en edad de ello, y bajo fuertes presiones, no se alista pero pierde a un amigo de la facultad), se casa en un matrimonio enseguida fracasado (de nuevo una situación literaria con la que no es difícil cruzarse en todo tipo de tradiciones: la noche de bodas que no terminan relaciones sexuales de por ejemplo Cinco horas con Mario, o la seminal On Chesil Beach) con una chica de más recursos pero de carácter reprimido en lo moral y agresivo en lo familiar, sufre una relevante situación laboral por no favorecer a un estudiante apoyado por su director de departamento, tiene una aventura con una estudiante con la que al menos conoce la pasión amorosa, y vive, por estas dos cosas, los últimos años de su trabajo en cierto ostracismo. Finalmente, un cáncer, a cuyos síntomas no atendió, le supone morir mientras su facultad le celebra una fiesta de jubilación un tanto falsa.

Estos acontecimientos modestos se convierten en fascinantes por la capacidad del autor en mirar con atención a las rutinas diarias, llenas de anhelos y miserias cotidianas que alcanzan una emoción inesperada. Fruto de la observación psicológica certera, y tamizado todo por el filtro del estoico escepticismo de William Stoner, la novela se lee de manera fluida con cierta curiosidad resignada, donde los picos emotivos son escasos, pero, tan realistas y vívidos (una mirada no devuelta, un amigo que no regresa, la dedicatoria de un libro) que consigue conmover con profundidad.

En este milagro del estilo y del punto de vista está Stoner, novela cuyo protagonista y sus motivaciones resultan un enigma, que es fácil atribuir a una ética resignada del trabajo que aprendió en la granja de sus severos padres. Le apasionan el estudio y el conocimiento, pero se pregunta si su vida acaso ha merecido la pena, e incluso si todo ese conocimiento que le permite intuir lo inútil de la existencia no es en sí también fútil y vacío. Aparece pues un sentimiento existencialista típico de su siglo, al que la novela se abandona, pero sin recompensa alguna de libertad verdadera, con las últimas páginas de una agonía inesperada, y en el que los varios sinsabores vitales, antes tan relevantes, se diluyen. El libro se antoja muy completo, cerrando una vida en su ciclo entero con gran naturalidad, un cierto sentido de incomprensión de nuestro destino en la vida, y un manejo de la emoción realmente impresionante.