31 de enero de 2012

Siempre K.



Kafka es un libro extraordinario en varios aspectos. Los autores son dos: David Zane Mairowitz, un biógrafo del escritor de Praga, cuyos textos son ilustrados por Robert Crumb. El texto en inglés se titula Kafka for Beginners, y la opción escogida por los autores es combinar dibujo, historieta basada en hechos históricos o en los relatos de Kafka, texto biográfico e histórico, y explicar las circunstancias del escritor, personales, familiares y laborales, el entorno social e histórico en que vivió, y también sus obras.



A veces parece que los orígenes en el comix underground de Robert Crumb pueden ser válidos para ilustrar cualquier tipo de obra, y que de un modo u otro, Crumb siempre encuentra camino para reflejar sus obsesiones. El dibujo en blanco y negro, los tormentos del alma humana, los personajes neuróticos, las obsesiones sexuales, en este caso con mujeres grandes e inalcanzables a la vez que prostíbulos cercanos, reaparecen en Kafka sin reparo ni disonancia. Es tentador calificar el diseño visual del libro de kafkiano, pero el texto de Mairowitz toma como primer objetivo desactivar el lugar común en que se ha convertido este calificativo, que al reflejar lo tenebroso y absurdo de las obras de Kafka se olvida de su drama interno: la broma judía que supone una educación represora basada en siglos de tradición, que además en Franz Kafka se combina con un padre autoritario y egoísta, el advenimiento del antisemitismo brutal del siglo XX, la aparición de la burocracia a gran escala, y una imaginación visionaria.



Este no es un libro para principiantes, en el sentido de que los conocedores de la obra de Kafka pueden disfrutarlo bien. Es un volumen claro y bien estructurado, donde las imágenes tienen una fuerza innegable, y donde se combinan el realismo de una vida y su entorno con las fantasías íntimas de una personalidad única.



De menos interés me ha resultado La metamorfosis, novela gráfica de Peter Kuper que toma como base el cuento más famoso salido de la pluma de Franz Kafka. Como el libro de Mairowitz y Crumb también incluye un resumen del mismo cuento se pueden comparar los resultados, con victoria de Crumb aunque la historia esté resumida (si bien esto puede ser parte del mejor resultado, más abajo me explico). Crumb opta por no dar un rostro humano al escarabajo, y creo que esto es más eficaz para mostrar el horror que éste causa en su familia, que en el trabajo de Kuper me resulta algo más mecánico. Ambos tienen el problema de enganchar al lector con el desgarro familiar continuo, con esta familia que reprocha a su hijo no sólo levantarse convertido en bicho sino dejar de trabajar y de pagarles la vida. Y obviamente, el sufrimiento del escarabajo, al ver su imposibilidad de dar felicidad y bienestar es terrible. El reto de ilustrar este texto (en cuya lectura yo no recuerdo estos problemas, si bien hace ya un par de décadas que lo leí) es grande, probablemente por ser anterior (premonitorio, metafórico) a todos los horrores del siglo, que los lectores ahora ya conocemos y visualizamos. Kuper es más asfixiante, sus personajes más gritones e histriónicos, tal vez más literal. Pero los lectores y su relación con la narración visual es otra respecto a la que Kafka podía imaginar.



Y ya que estamos con ilustraciones sobre Kafka, podemos ir al origen con este volumen, que recoge los Dibujos hechos por el propio Kafka. Se trata de una edición muy bonita, en principio la primera completa que incluye todos los dibujos del escritor, que añade a los títulos de los dibujos (algunos dados por el propio Kafka) un texto del propio escritor para explicarlos, o, por inversión, me gustaría decir que para ilustrarlos, en una jugada inversa a la ilustración tradicional de textos.



Siete de estos dibujos, conocidos como Marionetas negras de hilos invisibles, son relativamente conocidos. Casi siempre parecen variaciones de la letra K, y han sido utilizados más de una vez para ilustrar las portadas de las reediciones de los propios libros del escritor. Kafka no daba la más mínima importancia a estos dibujos aparentemente sencillos y de estilo expresionista, y tampoco los quiso exponer nunca, más o menos como sucedía con la publicación de la mayoría de sus escritos, salvados por su albacea traidor. Kafka no obstante sí admiraba a algunos pintores, como al atormentado como él Vincent Van Gogh. Sin duda los dibujos de Kafka producen una extrañeza similar al de sus obras, una disonancia entre el hombre y su mente que siempre resulta inquietante y que creo se encuentra muchas veces en el fundamento de lo que solemos llamar, Mairowitz me perdone, kafkiano


13 de enero de 2012

Viudas preñadas y recuerdos extraños


Como buen intelectual sesentón, Martin Amis fue un joven progresista que disfrutó del movimiento de liberación sexual de finales de los 60 y principios de los 70 en casi todo el mundo occidental. Hace unos meses el titular de una entrevista a Roman Polanski subrayaba que el director francés afirmaba, en lo que parecía un extracto interesado, que el sexo en los 70 noera algo tan importante como ahora. Y no hace ni un año, en el festival literario Gutun Zuria de Bilbao, asistí a un diálogo entre Antonio Altarriba y Catherine Millet en el que esta, autora del best-seller La vida sexual de Catherine M., afirmaba que, en realidad, el sexo que tenían en los 60 las comunidades jóvenes liberadas se acercaba más a un ingenuo juego infantil de descubrimiento mutuo (o a varias bandas) que a conceptos de morbo o cualesquiera otros más maduros o perspicaces que se les quiera dar.

¿El sexo en los sesenta? (vía)

En fin, no sé. Aunque sí sé que la nostalgia y la justificación histórica tienen estas cosas mitificadoras del pasado, obviamente no fui uno de estos escasos avanzados sexuales de aquellos años, que a veces hablan de esos tiempos como si no conocieran que había una sociedad mucho más numerosa que no vivía así, y a la que en cierto modo arrastraron.
Amis retrata en The Pregnant Widow su propia visión, y no puedo evitar compararla con su primera novela, la divertida y fresca El libro de Rachel, de 1973, con lo acartonado de los resultados aquí. El protagonista, escritor y literato y tres veces casado, recuerda desde 2006 del verano de su juventud que le marcó sexual y emocionalmente, 1970, pasado en una casona italiana en compañía de otros amigos británicos, su novia, y algunos personajes locales. La conversación y la divagación ganan a la escasa acción, que cuando llega resulta más interesante. La estructura de recuerdo + flashback/representación no es novedosa e introduce una tensión que no encuentro correspondida en los acontecimientos de un verano no tan tórrido.

Sólo el personaje de Gloria, la joven gorda a la que todos desprecian pero que resulta ser una devoradora inesperada introduce algo de alegría a una ficción intelectualizada en la que a Amis parecen sobrarle personajes y retratos innecesarios (el amigo homosexual, por ejemplo, de improbable aceptación tácita como se sugiere) y faltarle, salvo episodios, cierta alegría y vivacidad. El recuerdo cerebral de juventud que supone la novela puede parecer en sí una autocrítica, pero creo que esta es una interpretación amable. Este joven protagonista de simbólico nombre, Keith Nearing, lleva a tal racionalización su vida sexual que uno llega a pensar que resulta incapaz de disfrutar. Perseguir por tanto un placer inútil podría ser el mensaje de la novela. Tal vez eso desmonta más el mito sexual de aquellos años, pero cuando pienso en quienes siendo contemporáneos no lo vivieron o no lo pudieron vivir así me dan ganas de reprender al viejo Martin, que cuando se pone serio suele rendir bostezos.

Martin Amis (vía)


2 de enero de 2012

Monos salvajes



Personas brillantes como Roberto Bartual o Miguel Carreira llevan tiempo recomendando la lectura de Jon Bilbao, que a pesar de su nombre resulta ser un señor de Asturias. Y las reseñas de su último libro eran tan positivas que me llevé de viaje su último libro, Padres, hijos y primates, dejando para otra ocasión el penúltimo, Bajo el influjo del cometa.

¡Qué excelente título tiene esta novela! Metafórico, con resonancias bíblicas, su formación familiar alude a las relaciones etnológicas del hombre con el reino animal, y avanza la estructura trina, carretera-hotel-barracón, de la novela. Joanes, el protagonista, está de vacaciones en México con su mujer e hija, aunque necesita estar en contacto continuo con España debido a la negociación de un contrato esencial para el futuro de su empresa de instalaciones de aire acondicionado. Pero esta actividad, que pretende regular la naturaleza, contrasta con el huracán que se desata en la Riviera Maya, que obliga a evacuar la zona. Por circunstancias de la evacuación y de su trabajo, Joanes no es evacuado con su familia sino que se retrasa. En la carretera atropella a un mono que cruza delante del coche, y más tarde recoge a una pareja de ancianos, y el hombre resulta ser un antiguo profesor de Joanes, quien sospecha que en su último acto universitario tuvo influencia en que no consiguiera trabajo en una empresa importante.

No tan monos
(Andy Serkis es César en El origen del planeta de los monos, vía)

Reconozco que este momento Fresas salvajes me gustó mucho. Y me gusta mucho como Bilbao va construyendo la tragedia con la acumulación progresiva de elementos hasta un clímax cercano a lo terrorífico que resuelve la acción y devuelve al hombre a la naturaleza animal de la que pretende haber salido. Y aunque el tema no sea novedoso (la civilización es una farsa que basta con tensar para que se derrumbe), los recursos literarios y dramáticos son excelentes y se resuelven muy bien: los espacios se describen bien, pero además no existe lugar que no tenga sentido en la historia global; el uso de un personaje estático (una mujer impedida) frente a un entorno que exige movimiento y un par de hombres que la mueven de continuo en un ejercicio de civismo hipócrita; el paralelismo entre el crecimiento del resentimiento y el odio entre humanos y el estallido de violencia de un mono herido; o la angustiosa incapacidad de la tecnología (un coche, un portátil, sobre todo un móvil) para ayudarnos en las situaciones límite.

Supongo que ya confirmaré si Bilbao gusta de mostrar los cimientos de barro de la convivencia, o si simplemente es el tema de un interés del autor por la acción con buenos personajes y buena historia. Supongo que no son excluyentes, pero me inclino más por el primer caso, dada la infelicidad patente de sus personajes y la comodidad con que el autor llega al caos y se desenvuelve (uno diría que placenteramente) en su construcción y éxtasis.

Jon Bilbao (vía)