28 de noviembre de 2012

Luz que brilla con el doble de intensidad (y un par de apuntes sobre innovación y liderazgo)



Es sabido que todo el mundo piensa, siempre, la misma cosa en el mismo instante. En cualquier caso, siempre hay al menos una persona que tiene la misma idea que uno. Pero siempre hay uno también que, con la misma idea que los demás, se muestra más paciente, más metódico, o es más afortunado, más sagaz, menos disperso que Gregor, para dedicarse exclusivamente a ella y anticiparse a todo el mundo realizándola. Y ése es el primero que da su nombre a su idea. El que la introduce en el mercado, el que comercia con ella y el que cobra. En ocasiones puede que ello tan sólo responda a un nombre. Pongamos el cine, por ejemplo. Lo inventó un montón de gente al mismo tiempo pero entre ese montón de gente estaban dos hermanos llamados Lumière. Todo depende de muy poca cosa, verdad, basta una menudencia: cabe imagina que con semejante nombre no es raro que fueran ellos los que se llevaron el gato al agua.

Tal sucederá con Gregor: los demás se apoderarán discretamente de sus ideas, mientras que él se pasará la vida en ebullición. Pero no se reduce todo a hacer hervir, después es preciso decantar, filtrar, secar, triturar, moler y analizar. Cuenta, pesa, separa. Gregor nunca tiene tiempo para dedicarse a todo eso.

No sé bien por qué Echenoz narra la increíble vida de Nikola Tesla ficcionando su nombre (un tal Gregor es su protagonista) pero manteniendo el realismo de su época, sus inventos, o los personajes conocidos con que se cruzó (Edison, Westinghose, J.P. Morgan). En Relámpagos, Gregor es un inventor visionario y excéntrico, un niño prodigio de las Matemáticas y la Ciencia, que viaja joven a EE.UU. donde empieza a trabajar  con Edison, quien no quiere adoptar la propuesta de Gregor de sustituir la peligrosa corriente continua de su invención por la corriente alterna, que finalmente se impondrá gracias a que Gregor comienza a trabajar con George Westinghouse. Sin embargo, Gregor nunca se preocupó de asegurar su talento, mediante patentes bien protegidas o el cumplimiento de los tratos y contratos con magnates diversos que sacaron mucho beneficio de sus logros a cambio de muy poco. Bueno, a cambio de pelearse con un hombre solitario hasta la misantropía, célibe, asocial, maniático, neurótico, y tan visionario como gastador.

En cuanto pudo, Tesla siempre trabajó para su propia compañía (vía)

Echenoz narra años y décadas con celeridad y precisión pero sin sensación de atropello. Consigue una visión íntima del personaje, comprensiva e interesante a pesar de que los últimos años de la vida de Gregor tienen para el autor poco que raspar (aunque no sea del todo cierto). Aprovecha además un buen anecdotario, desde la invención de la silla eléctrica a causa de una feroz competencia empresarial hasta el paso por pubs del narigudo banquero J.P. Morgan, sin olvidar las polémicas de la invención de la radio o el radar, o los momentos visionarios que ahora, desde nuestra tecnología superior, se nos muestran reconocidamente pop como la comunicación con los marcianos que Gregor tuvo entre sus proyectos. Apuntes breves e imbricados, narrados en frases cortas de lenguaje sencillo, que intiman con la experiencia personal de Gregor y la imagen exterior del personaje.

El Tannenbaum’s Oyster está lleno de gente, de humo, de ruidos, de voces, de música mecánica y de vasos en colisión a la hora punta, mas todo se paraliza cuando aparece el millonario de todos conocido ya que le precede su nariz legendaria, luminosa y voluminosa, así como un vehículo con faro giratorio que anuncia un convoy excepcional. En medio del respetuoso silencio que reina de inmediato, John Pierpont Morgan se acerca pesadamente a la barra pidiendo dos cervezas con voz de ogro, y el barman obedece a toda velocidad temblando ligeramente. Acto seguido, mirando en derredor a la clientela paralizada que hace corro en torno a él, cada cual sosteniendo respetuosamente el sombrero apoyado con las dos manos en el pecho, el financiero decide crear un poco de ambiente. Cuando Morgan bebe –vocifera- todo el mundo bebe.

Ovación: encantados con la perspectiva, todos los parroquianos se apresuran a pedir por lo menos una cerveza y se reanudan las conversaciones con las jarras entrechocadas, la música y todo el resto hasta que John Pierpont Morgan, apurando raudo su jarra, estampa en la barra una moneda de diez centavos cuyo impacto, de súbito, acalla el tumulto. Todo se vuelve de nuevo en silencio hacia él, que proyecta sobre la gente una mirada circular antes de vociferar otra vez. Cuando Morgan paga –se desgañita-, todo el mundo paga. Seguido de Gregor, se encamina hacia la puerta a paso rápido, los aterrados clientes se hurgan los bolsillos, la construcción de la torre puede comenzar.

(ps. Mi amigo Roberto Bartual leyó el libro y lo odió convenientemente. Escribió una crítica en Factor Crítico y mantuvimos una interesante discusión al respecto).

Jean Echenoz (vía)



2 comentarios:

  1. Vaya... ¡Al fin!
    Estaba deseando que publicaras este post para poder hacer uso tanto de las frases como de la anécdota de Morgan.

    Me he acordado muchas veces de él desde que lo comentamos en en tu tierra. Por una parte es inevitable no estar de acuerdo con “Pero no se reduce todo a hacer hervir, después es preciso decantar, filtrar, secar, triturar, moler y analizar” sin embargo que envidia siento al leer estas dos cosas:

    - mientras que él se pasará la vida en ebullición
    - Gregor nunca tiene tiempo para dedicarse a todo eso.

    Es mi otra yo protestando contra tanta disciplina :)

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  2. Sabía que la disfrutarías. Y sí, puedes sentir envidia de la constante ebullición en la vida del señor, pero... ¿te imaginas ser su colaborador? ¿todo el día cayéndote agua hirviendo y sin cremita para aliviarte las ampollas? Yo lo mismo no me apunto...

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