26 de mayo de 2012

Danzad, danzad, malditos



Compré Los ballets rusos de Diaghilev 1909/1929 en la exposición del mismo nombre que el CaixaForum de Barcelona ofrecía durante las pasadas navidades. Me acerqué al modernista Palacio de Casaramona, en la ladera de Montjuïc, para ver principalmente una exposición de impresionistas con mucho  Renoir, que estaba llena y no permitía disfrutar bien de las obras. Sin embargo, la exposición sobre los ballets rusos, casi desierta, se reveló como especialmente interesante y disfrutable.

(vía)

Diaghilev es una figura mítica de la danza y la producción teatral. De 1909 a 1929 mantuvo su propia compañía (los Ballets Rusos), que giró por todo el mundo aunque París y Londres fueron sus sedes principales, y que revolucionó el mundo del ballet, con sus producciones de nuevos compositores como Prokofiev, Stravinsky, Satie o Falla, y estableciendo para la posteridad un canon de modernidad en la danza contemporánea. En la compañía trabajaron bailarines rusos (y occidentales que usaban un pseudónimo ruso), aunque la compañía no estuvo establecida en Rusia o en la URSS de aquellos años, si bien de sus convulsiones políticas también sacó algo de provecho. Diaghilev no era músico, ni coreógrafo, ni pintor ni decorador, pero supo rodearse de figuras señeras de la modernidad artística, acertar casi siempre en la adecuación de las mismas a las representaciones, y sorprender de continuo a una audiencia con espectáculos de los que desafortunadamente no hay filmaciones.

Sin grabaciones de Nijinsky (vía)

Diaghilev además llevaba una vida que en su época resultaría escandalosa, al menos al ser una figura conocida por el gran público. Nacido en una aldea remota de los Urales, la bancarrota de su padre le hizo viajar por el mundo y aprovechar su exquisita educación cultural para trabajar como comisario de exposiciones y acabar en la dirección teatral. Viajó por Europa en compañía de sus amantes masculinos, muchos de ellos bailarines de la compañía (Nijinsky entre ellos), vivía de manera abierta su homosexualidad, y conseguía en París el mecenazgo de los círculos artísticos y benefactores donde el impulso de los homosexuales era esencial, y murió en el Lido de Venecia, de una infección, rodeado de varios de sus amantes.

Los Ballets Rusos tuvieron una presencia importante en España (vía)

Se ha podido conservar mucho material (dibujos, cuadros, escenografías, piezas de vestuario, documentos, etc…) de los Ballets Rusos, que ha sido utilizado en exposiciones. La que nos ocupa está realizada por el Victoria & Albert Museum de Londres y supone un repaso a las vanguardias artísticas del siglo XX, con un apartado importante para cubrir la presencia de la compañía en España, y con un interés obvio por la historia del arte y la integración de la compañía de Diaghilev en su época. La exposición es brillante e inspirada y las fotos no le hacen justicia a la atmósfera que la envuelve.

(vía)

El catálogo de la exposición contiene un testimonio gráfico amplio de la misma, y artículos de varios autores centrados tanto en aspectos técnicos como en la figura de Diaghilev; son artículos más o menos interesantes según el autor o el método escogido: algunos se acercan más al listado académico y otros son análisis más profundos. Dado que será difícil ver de nuevo una exposición así, al menos me servirá para recordar lo que fueron dos horas de intenso placer estético.

Hasta el 3 de junio tienen ustedes la exposición en el CaixaForum de Madrid.

Sergei Diaghilev ¿No le ven un aire a Orson Welles? (vía 


14 de mayo de 2012

La ciudad de Stalin



Tal vez si Volgogrado no se hubiera llamado Stalingrado, su fuerza simbólica habría sido menor y el interés suicida y paranoico de Hitler por no abandonar su posición en ella habría permitido ahorrarse sufrimiento y vidas. Pero la lucha de egos desatados y la grandilocuencia de locos visionarios entre Hitler y Stalin que a veces parece el frente del Este de la II Guerra Mundial lo impidió. ¿Quién ganó? La historia dice que Stalin, aunque supongo que quien ganó de veras fue el invierno.

La guerra en el invierno (vía)

Stalingrado es el segundo libro que leo de Antony Beevor, tras Berlín. La caída: 1945, del que tengo un excelente recuerdo y que creo algo superior. Stalingrado fue publicado cuatro años antes que Berlín. La caída: 1945, pero ambos son hijos del impulso dado por la apertura de los archivos soviéticos, que permitieron a Beevor manejar gran cantidad de información tan precisa que es capaz de narrar la batalla casi a diario. ¿Y por qué me prevalece, tal vez injustamente, la impresión de que Berlín. La caída: 1945 es mejor libro?

Porque a pesar de la carga simbólica de Stalingrado, su punto crucial de inflexión en la IIGM, y el conjunto de episodios terribles que como batalla alcanza, no puede luchar contra el peso mayor de Berlín en la historia, tanto antes como después, de todo el siglo XX.

Porque los episodios finales, y Berlín lo es, siempre acumulan más fácilmente todos los simbolismos.

Y porque el derrumbe de Berlín fue acompañado de alta política mundial que decidía el nuevo orden venidero. Ello permitía a Beevor puntear más el relato, que en Stalingrado no tiene esta faceta tan interesante.

La guerra entre los escombros (vía)

Por lo demás, Stalingrado es también un relato apasionante y minucioso de la campaña de Rusia hasta el revés para los nazis del Kessel de Stalingrado y la rendición del VI Ejército. Beevor sabe tanto retratar la vida en los cuarteles generales como la angustia del soldado común y sus dificultades, que en Stalingrado alcanzaron un extremo difícil de superar. También la peculiar relación de Hitler y Stalin con sus respectivos generales y la influencia de ambos en la campaña bélica son importantes, puesto que sus errores fueron brutales, y fue ganador quien negó menos la realidad que vivía a muchos kilómetros de él. Beevor recoge estos momentos con profusión, lo que puesto en paralelo con la ruinas a las orillas del Volga tiene momentos emotivos. Aún así, la batalla entre las ruinas, la Rattenkrieg inexplicable que hemos visto en películas (Stalingrado, Enemigo a las puertas) tiene incluso aún después de la lectura un punto de misterio, el del supervivencia bajo el escombro, la nieve y la metralla, en el mismísimo infierno que Beevor, aunque se acerca, no llega a explicar/aprehender completamente. ¿Tal vez porque eso necesite más un novelista que un historiador? No lo sé. Esto no quiere decir que en esta lectura uno no sienta el miedo, el hambre, y los piojos, resultados de la locura humana. Pero…

Antony Beevor (vía)



5 de mayo de 2012

Todo ventajas



Las principales ventajas de este libro son su brillantez, duración y diversión. También su lectura metaliteraria, tal vez algo subrayada, en lo que parece un ajuste de cuentas general con la profesión, críticos, editores, también escritores. Algo que se entiende bien al explicar sus tramas.

Ventajas de viajar en tren despacha historias con pasmosa facilidad. Dos personajes se encuentran en un tren a la vuelta de un psiquiátrico. Uno afirma ser un médico especializado en diagnosticar enfermedades mentales a partir de la lectura de los textos escritos por los enfermos. Dotado de una verborrea importante, su experiencia personal y profesional inunda a su compañera de viaje. Esta es una editora que resulta más callada pero no por ello de pasado menos jugoso y literario. Cada uno de los personajes ocupa la primera y segunda parte del libro, donde se cuelan –obviamente- los relatos de los locos del manicomio. En la tercera parte final, la editora resuelve los misterios que el psiquiatra ha sembrado en su breve encuentro y cierra una bacanal de historias enredadas, y aparentemente inacabables, mientras busca, por su lado, un libro que publicar.

(vía)

Los múltiples enfoques literarios, parte de la ambientación médica, el azar, cierto análisis social y cultural, y el desmán (postmoderno) de ideas (postmodernas) me han recordado al Palahniuk más brillante y divertido (en mi caso, el de Fight Club). Pero tal vez el libro no sea perfecto por someterse a un mecanismo/estructura que se revela más importante que sus personajes y su verosimilitud, o por ceder más a la crítica metacínica de la literatura y su estado que al papel que (sospecho) el autor desearía para la misma. Aunque es argumentable que esto lo encontramos en el libro por negación.

En cualquier caso, es un libro muy disfrutable, que se lee en dos tardes, con un caudal narrativo admirable y que siempre me sorprende en los autores que lo tienen así de desatado. Es divertido, bien trabajado y recomendable, especialmente si uno suele cruzarse con compañeros de viaje especialmente pesados y habladores, de los que cruzan las historias como hace una novela que, créanme, aumenta la experiencia real…

Antonio Orejudo (vía)