31 de julio de 2012

El dinero ha perdido sus cualidades narrativas



¡Don DeLillo! ¡Mi primer Don DeLillo! Sinceramente, he leído la novela porque David Cronenberg ha basado su última película en ella. La película se ha estrenado en el Festival de Cannes y tiene reseñas enfrentadas (lo cual es estupendo, por supuesto). DeLillo tiene fama de autor primordial y en la cumbre de las letras norteamericanas. También de retratista acerado de la postmodernidad, y, por lo que veo en Cosmópolis, de forma merecida.


Cosmópolis es la odisea absurda de Eric Packer, joven millonario inversor que decide un buen día ir a cortarse el pelo al otro extremo de Nueva York en su limusina proustificada. En su coche va siguiendo la cotización del yen, en el que está invirtiendo fuertemente a pesar de su descenso continuado en el mercado de divisas, mientras diferentes episodios entre lo lisérgico y lo onírico se suceden: de una visita inesperada a su amante a sus conversaciones con su directora de estrategia, pasando por una manifestación antiglobalización en la ciudad.

En la tradición judeocristiana el corte de pelo acaba simbólicamente con la fuerza del macho (vía)

DeLillo dibuja el caos obvio de la modernidad en un tono libre y despegado de la crónica realista; en su experiencia en este libro no aparecen las drogas o el alcohol como motor de acción o conocimiento (aunque pensar en Burroughs o Thompson como influencias es posible). Estos motores son el puro desmán (y avaricia) socioeconómico en un entorno incomprensible para los personajes que lo habitan, y el sexo, siempre de satisfacción exclusivamente inmediata y paradigma de la falta de placer en el mundo, aunque esto no sea presentado como drama ya que tampoco hay tiempo para ello.

Frente a un narrador más desatado como Palahniuk (no sé si mirarme el ver al bueno de Chuck por todas partes), de cuya influencia sobre Cosmópolis (2003) es lícito dudar ya que para cuando apareció Fight Club (1996) DeLillo ya llevaba mucho tiempo en la literatura, Cosmópolis se centra en la peripecia aparentemente única de un personaje central que vive con intensidad un desorden físico y mental asociado a estructuras que fueron creadas por individuos que ahora no las entienden. Para Packer no hay salida, sino un destino claro ya desde el primer tercio del libro, que avanza extrañando al protagonista tanto como al lector, retorciendo el hilo argumental y rompiendo la continuidad. No es por ello una lectura sencilla, pues apela con facilidad al subconsciente con que también podemos interpretar el mundo, y propone al lector una dimensión en la lectura distinta a una narración convencional.

Quiero hoy destacar dos textos, dado el sentido que adquieren en el contexto en que estamos. En el primero, Packer habla con su ideóloga, que es crítica con el sistema. En el segundo, la juzga. Lo hace lanzando un dardo a los movimientos antiglobalización, cuyo paralelismo en esta década serían los indignados. Al leerlo, dan ganas de repensar mucho.

-Queremos pensar en el arte de hacer dinero –dijo ella. Estaba sentada en el asiento de atrás, el suyo, el sillón del fondo. Él la miró y siguió a la espera
-Los griegos tienen un término para designarlo.
Siguió esperando
-Crematística –dijo ella-. Pero es un término al que debemos dar cierto margen, adaptarlo a la situación actual. Porque el dinero ha dado un vuelco. Toda la riqueza ha pasado a ser riqueza por y para sí. No existe otra clase de riqueza si de veras es inmensa. El dinero ha perdido sus cualidades narrativas, tal como le sucediera a la pintura hace ya tiempo. El dinero habla sólo para sí mismo.

-La cultura del mercado es total. Genera a esos hombres y mujeres. Son necesarios para el sistema que desprecian. Lo dotan de energía y concreción. El impulso que los mueve pertenece al mercado. Son producto de cambio en los distintos mercados del mundo. Por eso mismo existen, para refortalecer y perpetuar el sistema.

Don DeLillo, fotografiado por Shoona Valeska (vía)








18 de julio de 2012

Ironía y costumbrismo (en Francia)



Al igual que Vincent Paronnaud, autor de Pinocchio y director junto a Marjane Satrapi de Persépolis, o que Joann Sfar, uno de los autores de La Mazmorra y director de Gainsbourg:vida de un héroe, Riad Sattouf es un autor francés de cómic que también se ha pasado a la dirección con la película The FrenchKissers / Les beaux gosses. Supongo que la feliz conjunción de país que ayuda como ninguno a su cinematografía nacional y la presencia de una de las industrias del cómic más potentes del mundo ayuda a estos matrimonios envidiables e interesados.


Pero antes de llegar a la dirección de cine, Sattouf adquirió fama en Francia por la publicación en el semanario satírico Charlie Hebdo de las historias que conforman La vida secreta de los jóvenes. Son historias de una página, en teoría verdaderas, en las que Sattouf ilustra escenas de las que ha sido supuesto testigo en lugares públicos como la calle, el metro, la playa, pero también las ferias de cómic, las recepciones oficiales, o los conciertos. En todas ellas Sattouf muestra una pizca de cotidianeidad sociocultural absurda con un trazo en general sencillo y jugando bien con el contraste entre una composición del cuadro constante y unos diálogos y/o gestos que marcan la situación; muestra comportamientos privados o incluso secretos que se convierten en públicos gracias a su observación tan inevitablemente voyeur como superficialmente sociológica, pero muy divertida. Uno de los temas preferidos es desde luego las relaciones entre jóvenes, en las que Sattouf parece exorcizar su timidez y su escaso atractivo físico mediante el subrayado hiriente de las tonterías que a veces supone el amor.


Y por esto mismo Sattouf creó el apabullante personaje de Pascal Brutal, que desde la portada nos anuncia heroicidad y virilidad a cascoporro. Con Pascal Brutal, Sattouf admite haber creado justo lo contrario a él, un macho alfa musculado, que siempre usa unas zapatillas deportivas Torsión 92 y lleva un nomeolvides con su nombre grabado. Va en moto, triunfa con las chicas porque con ellas es un animal sexual, es un disc jockey que consigue calentar al extremo una pista de baile, y, de puro macho, a veces incluso se acuesta con un hombre. La competitividad de lo viril está presente a lo largo de todo el libro. No sólo porque Pascal salga continuadamente en calzoncillos y camisetas ceñidas, sino incluso porque Sattouf nos dibuja tras la portada la silueta de su enorme mano para que comparemos nuestras palmas de alfeñiques con ella y admiremos más a Pascal…

Pascal se imagina dando pautas importantes al principio de la evolución humana

Las historias en este caso son de cuatro páginas y se publican en la revista mensual Fluide Glacial, aunque aquí de nuevo se hayan recogido en un único volumen. Sattouf introduce colores chillones bien horteras y da mucha presencia física a los cuerpos en las viñetas. Pero, al igual que en el libro anterior, Sattouf hace evidente crítica social con mayor carga política, de manera subrepticia pero muy peculiar. Con el retrato de este niño honesto pero viril que es Pascal, Sattouf muestra por contraste excesivo, y como es lógico, la confusión de lo masculino hoy en día, pero además lo sitúa en un contexto de cierto peso: el de una Francia futura con un presidente perpetuado en el poder que ejerce una política reaccionaria, pero en la que en Francia se han impuesto regiones independientes. No obstante, no existen diferencias tecnológicas importantes con la actualidad. Todo ello me hace temer que el libro contenga más referencias locales que nos impide desde fuera de Francia disfrutarlo aún más.

En definitiva, un autor fresco y lúcido, que combina de manera efectiva dibujo, color e historia, y que resulta muy entretenido pero no por ello precisamente irreflexivo.

Riad Sattouf (vía)

8 de julio de 2012

Auster(idad) para una crisis



Ustedes perdonen el juego de palabras, pero la tentación al comentar Sunset Park era grande. El penúltimo libro de Paul Auster está ambientado en los EE.UU. de 2008/2009 y, específicamente, en las crisis financiera e inmobiliaria, que mostraban ya la voracidad que ahora nos está engullendo. Ya he hablado aquí de Auster y no creo que deje de hacerlo mientras publique libros nuevos. Aunque conozco casi toda su obra de ficción y aunque sus últimas novelas me parecen invariablemente menos brillantes que las que me enamoraron de él, siempre disfruto con él, leo sus libros en un santiamén, y soy capaz de obviar sus errores.

Sunset Park es una zona de Brooklyn en la que se ambienta la novela (foto de Hiroko Masuike para The New York Times)

Sunset Park relata la vida de Miles Heller, neoyorkino huido de Nueva York y que debe volver a la ciudad después de recibir amenazas por parte de la familia de su novia, una menor de origen hispano. Miles es un chico brillante de 28 años, con un incidente familiar desgraciado en su pasado, que siete años atrás abandonó a sus padres sin dar señales de vida y que ahora, tras muchos avatares y convencido de su amor por una muchacha inteligente y segura, siente el vacío del tiempo perdido. Vacío subrayado por su trabajo en Florida, evaluar las casas abandonadas tras los desahucios obligados por la crisis de las subprime, y por la respuesta que un amigo de Nueva York le propone, ocupar una casa en Sunset Park con dos amigas más hasta que la policía les desahucie. Y hacerlo por ahorro, por convicción, y por lucha.

Mientras Miles okupa una casa en Brooklyn, su padre es un editor de prestigio en Manhattan. Por ello esta foto encerrando el sueño de Manhattan en una valla desde Brooklyn parece tan adecuada. Procede de mi fotógrafo de referencia en NYC, soyignatius.

Una de las cosas que Auster ha perdido con el tiempo es frescura y potencia en sus metáforas artísticas. En Sunset Park recupera algo en varios de sus mejores momentos, a través del personaje del padre de Miles, Morris Heller, editor de libros, y de las menciones cinéfilas (obvias, pero con un momento de lucidez que niega que Auster se haya vuelto tontamente tontosentimental con el cine clásico) a Los mejores años de nuestras vidas,  la película de William Wyler sobre los problemas de los veteranos de la II Guerra Mundial al regresar a casa. Pero Miles también hace fotos de los objetos que debe evaluar en las liquidaciones en que trabaja, una expresión estupenda, proustiana casi, de un tiempo de opulencia ya olvidado y ahora doloroso. Antes, Auster ambientaba su pesimismo en la Gran Depresión o en la postguerra, o en la desolación de una vida contemporánea azarosa de destino incontrolable. Ahora, su madurez que parece hacerle respirar su cercana muerte y la crisis en el paraíso del primer mundo le permiten muy bien ser por fin novelista de su tiempo, siguiendo los pasos a una novelística, la norteamericana, a la que la prevalencia de la crisis pudiera incluso hacerle borrar el 11S del impulso literario y narrativo que estaba alcanzando.

Sunset Park es una novela que no aporta demasiadas novedades al universo austeriano. Se puede ver una agradable mayor ironía metafórica en los acontecimientos, y la continuación de la mezcla de universos jóvenes y adultos, en el que pareciera que el concepto de herencia moral preocupara al autor. No olvidar antiguas maneras de resistir (o de editar libros) como forma de labrarse un mundo mejor. Tal vez hace años esto habría sonado más sentimental, más idealista, tal vez algo tontaina. Pero ahora…

Paul Auster fotografiado por David Shankbone para Wikipedia.