30 de mayo de 2015

Ser como una mula fuera el alma


En apenas un par de semanas tuve dos apelaciones a Eduardo Blanco-Amor. Primero fue la lectura de Letricidio español, donde Fernando Larraz le reivindica como un autor brillante e interesantísimo. Después fue la proyección de A esmorga, de Ignacio Vilar, dentro del festival Zinegoak de Bilbao, basado en la novela del autor, que en la traducción al castellano se conoce como La parranda. Me costó encontrar la novela, está en depósito en las bibliotecas municipales de Bilbao en una edición de 1973 que no indica traductor.

La parranda cuenta la historia de una desastrosa juerga monumental que tres amigos, el Castizo, el Bocas y el Milhombres, se corren durante día y medio en la ciudad y los alrededores de Orense, a finales del siglo XIX, bajo una infernal lluvia intensa y continuada, y alimentada por alcohol y por los tópicos de la vida rural gallega. El Castizo es el único narrador en primera persona de la novela: cuenta los hechos que se suponen y se van revelando graves a una autoridad muda, que está representada por guiones sin diálogo, y cuyas preguntas sólo podemos adivinar por los esforzados cambios de tema o ritmo del Castizo, quien está detenido y ha sido torturado, y a quien esta autoridad interroga en busca de la verdad. El Castizo se revela como un narrador completo y excelente, lleno de maravillosos giros populares, y un ritmo trepidante.

El Castizo, el Milhombres y el Bocas en adoración del orujo, en A Esmorga, de Ignacio VIlar. Lógicamente, los apodos no son casuales.

La determinista aventura de los tres amigos comienza cuando el Bocas y el Milhombres, que ya llevan una noche de parranda, reclutan a la mañana al Castizo a la salida de su casa para unirse a ellos en vez de ir al trabajo. El Castizo acepta porque la lluvia arrecia, es posible que no haya trabajo en la obra a la que acude, y porque sus sabañones le están matando… En su día de juerga los tres amigos pasan por la taberna rural, visitan la finca del aristócrata de la zona, la iglesia, el burdel y una destilería rural de orujo, dejando tras de sí un rastro de broncas, pequeños hurtos, un peligroso incendio… para terminar metafóricamente en el vertedero de la ciudad. El Castizo actúa como narrador y participante, pero también es espectador de la malsana relación entre el Bocas y el Milhombres, en la que se juntan aprecio y desprecio mutuos y homosexualidad reprimida.
En el relato se cuela obviamente la dura vida rural de la Galicia de aquel tiempo, que Blanco-Amor consigue describir con la musicalidad y fisicidad en el trabajado lenguaje oral, sufrido y dolido, del Castizo, a partir del cual deja un sutil análisis de personajes sometidos a diferentes poderes a los que la jornada de libertad de alcohol acaba por desquiciar. La estrategia de usar la primera persona, retrasar la acción noventa años respecto al momento en que fue escrita, y además eliminar la voz de la autoridad permite distanciar la mirada del autor y presentar el libro como la vivencia de tres desgraciados de no demasiadas buenas hechuras más que como una denuncia de las represiones y las pobrezas que anulaban el alma humana también en la época en que se publicó. En este equilibrio está posiblemente el mayor logro de esta joya, que participa del realismo social y el miserabilismo rural de parte de la literatura del franquismo, del que en efecto puede ser una cumbre olvidada y muy reivindicable.


Eduardo Blanco-Amor (vía)

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