28 de junio de 2015

En un barrio de Palma


Ahora que ha sido editada una segunda parte ha caído en mis manos este cómic autobiográfico escrito por Gabi Beltrán, que, siendo él mismo dibujante, prefirió que fuera ilustrado por Bartolomé Seguí. Historias del barrio describe bien como título el contenido del cómic. La cuestión es cuál es el barrio --en este caso el barrio chino de Palma de Mallorca-, y cuál la época -los años ochenta-. Gabi Beltrán era entonces un adolescente devorador de cómics con una familia que ahora diríamos desestructurada, y que se educa en realidad de dos fuentes principales: los tebeos y la vida del barrio, con sus amigos, sus viejos alcoholizados, y sus putas.


El libro se estructura en capítulos independientes de duración corta, en los que normalmente Gabi tiene la compañía de un personaje principal nuevo que apenas vuelve a aparecer, además de unos breves textos intercalados que cuentan las circunstancias de la muerte de su padre. El Gabi Beltrán adolescente centra así casi toda la acción, aunque no existe una progresión de formación o un continuo que pudiera dar alguna salida al relato. Salida que en realidad el personaje espera, porque mira con cierta dureza y juicio hacia su familia, hacia su entorno y hacia sí mismo, pero al no haber siquiera una trama principal se refuerza la idea de cárcel del barrio e incluso de la propia isla. La picaresca que puede practicar en las calles no le proporciona descanso alguno, y el destino de los personajes secundarios, a veces más claro y a veces no tanto, refuerza un nihilismo incipiente y comprensible.

Seguí huye del tópico de la luz del mediterráneo y entrega un trabajo visual oscuro y a veces demoledor, en el que incluso el mar resulta mortecino y opresor, y los personajes están en penumbra y en ocasiones asfixian el cuadro. El diseño de las viñetas es clásico y directo. Tal vez le reprocharía el uso de letras oscuras sobre fondos oscuros, que no facilita la lectura de algunos de los textos, pero el trabajo es irreprochable para trasladar la desesperanza de una adolescencia con la marginalidad como horizonte casi único.

Bartolomé Seguí y Gabi Beltrán en una presentación del libro (vía)





19 de junio de 2015

El ministro y su libro



Turner sigue traduciendo al castellano los éxitos de la narrativa árabe actual: al igual que Azazel, El arco y la mariposa, de Mohammed Achaari, ganó el  International Prize for Arabic Fiction, en este caso de 2011. Achaari es un escritor marroquí, novelista y periodista, y también político de izquierdas, estuvo en prisión pero luego llegó a ser ministro de cultura.

El arco y la mariposa tiene historias interesantes: el escritor protagonista, que aunque no es político suena a trasunto claro del autor, recibe la comunicación de que su hijo ha muerto como combatiente islamista en Afganistán. Al drama, que asume con frialdad, le acompaña que el hijo se le aparece para tener confesiones sobre la vida de ambos. El padre del protagonista, por su lado, fue un gran hotelero que vivió en Alemania pero ha acabado como guía ciego de las ruinas de Volubilis, y gusta de ocultar ruinas romanas en edificios árabes para confundir a la posteridad. Y el dibujo de Marrakech, arrasada por la especulación inmobiliaria y con una zona vieja remodelada al gusto del engañado turismo occidental que le hace perder toda conexión con su pasado, es también una revelación.

Marrakech en su burbuja (vía)

Pero, por otro lado, Achaari tiene un problema con la definición de los personajes y sus relaciones, explicitadas hasta el aburrimiento, repletas de lugares comunes, y bañada en un falso progresismo adulterado. Esta sobreexposición es sentimental y psicológica, y afecta a las relaciones familiares, al dibujo de la amistad, y al de las mujeres con que el protagonista se relaciona, en un círculo social que vive una dolce vita a caballo entre Rabat, Casablanca y Marrakech, frente a fuerzas atávicas que el libro no acierta a entender. Desgraciadamente, el personaje se define mucho más por un conjunto de sentencias literarias que por los actos y construcción del libro, que supone una oportunidad perdida de contemplar cómo la parte de la sociedad progresista de un país árabe relativamente avanzado como es Marruecos contempla el que parece el mayor conflicto actual del Islam: la voracidad de cuerpos y almas que principalmente sobre sus propios jóvenes ejerce el islamismo radical.

Mohammed Achaari (vía)


Reseña previamente publicada en Factor Crítico

8 de junio de 2015

Meditaciones en el desierto



Gaziel fue el director de La Vanguardia antes de la Guerra Civil. Se exilió durante la guerra pero volvió a España después, se instaló en Madrid, y allí escribió este diario de anotaciones, a medias entre la opinión, el artículo periodístico, el ensayo histórico, y la divagación personal. Escrito, y fechado claramente en cada una de sus entradas, de 1946 a 1953, Gaziel describe los cambios y no-cambios en la política española desde el final de la II Guerra Mundial hasta las firmas de los acuerdos con los EE.UU. y el Vaticano que ponían a España en el mapa occidental de la segunda mitad del siglo XX y rompían su aislamiento tras la guerra.

Parte de Guerra en que Franco comunica el fin de la guerra.

Gaziel fue neutral durante la guerra. Consideraba que fue un conflicto entre fanáticos comunistoides que se habían apoderado de la República y fanáticos fascistoides que utilizaron un ejército necesitado de acción tras sus desastres coloniales (una idea en la que por cierto coincide con el más sentimental Joseba Sarrionaindía). Culpaba a la burguesía española de no haberse implicado en la República y haberla dejado así arrastrarse al abismo, impidiendo que las ideas liberales pudieran alentar la presencia de una democracia duradera en España. Y culpaba a las democracias occidentales, fundamentalmente a Inglaterra y luego a EE.UU., de la política de no intervención que no quiso involucrarse en la guerra, ni derrocar a Franco tras la caída de los fascismos europeos. Creía que ambas sometieron a una traición completa al pueblo español. Y no es la única: está la de los grandes empresarios y políticos catalanes que financiaron y ayudaron al franquismo, la de los grandes intelectuales del régimen como Ortega o Marañón… desde luego, Franco y su régimen son el mayor traidor. Las poderosas razones de cada uno para ejecutar el sueño de la libertad están bien explicados, de manera reiterada sobre todo los primeros años del diario, por alguien que como Gaziel lo vivió de cerca.

Franco en Eibar, de paisano en 1949 (vía)

Una nube negra de pesimismo total y una falta absoluta de confianza sobrevuelan este libro. A los pesares esperables de cualquier postguerra (aunque Gaziel se libró de los económicos) se añade la desesperación por el posible futuro de España tras la caída futura de Franco, que Gaziel no llegó a vivir y menos a imaginar. Gaziel además también llora por Cataluña, en cuya primera generación de nacionalismo moderno se educó, y del que lamenta no poder librarse para así no vivir la tragedia interior que le supone verla degradada por sí misma y por España, en un discurso que parece mirar al presente:

Pero nosotros –quiero decir los jóvenes de mi generación- éramos otra cosa (…). Nosotros nacimos con las primeras luces del catalanismo político, en el principio del gran espejismo de la nacionalidad catalana. Conocimos de cerca –en aquellos años de juventud fervorosa que no se olvidan nunca y marcan para siempre- a los grandes patriarcas del catalanismo literario, viejos y con un aura de gloria. Nosotros creímos a ciegas en aquello de la superioridad de los catalanes sobre los demás pueblos de España, basada en nuestro mayor europeísmo; y teníamos una fe absoluta en que crearíamos una patria nueva, una España nueva (la de Joan Maragall), y conseguiríamos regenerar la caduca y decrépita, la africana y escéptica, la de la catástrofe de 1898, o hacer que Cataluña rompiese con ella, para salvarse, antes de que llegara el naufragio total. (7 de octubre de 1949)
No me apasiona la escritura de Gaziel como la de otros periodistas coetáneos suyos (Eugenio Xammar, Manuel Chaves Nogales…), aunque es cierto que sabía que la publicación de estas meditaciones no era posible y posiblemente no editara y sobre todo depurara de la carga personal de dolor y reiteración que lleva el texto, además del hecho de ser un texto traducido del catalán. Le veo lúcido en muchas de sus opiniones, considerando que no debía tener demasiado acceso a prensa libre. Es desde luego un ejemplo claro de intelectual machacado por la política y por la historia, que tras diez años de guerras y horrores y en una situación de dictadura militar no puede sino caer en la negritud, agrandada aquí por el caínismo y la falta de preparación total que veía en todos los estamentos y clases del país.

Barcelona, Semana Santa de 1950 (vía)

Sumo este libro a la continua penetración de libros sobre la historia del siglo XX español en mis lecturas y que me atraen sobremanera (aquí con la falange y su historia, aquí con Eduardo Mendoza, aquí con la censura de la novela durante el franquismo, aquí con una de esas novelas censuradas…) Y supongo que continuaré, parece inevitable que me atraiga la historia de años en ocasiones tan oscuros que desde tantos puntos de vista me muestran lo que también soy y el lugar del que vengo. A ser posible desde fuentes originales, de maestros que estuvieron allí y lo contaron.


Agustí Calvet, Gaziel (vía)