25 de julio de 2016

Chavs


Owen Jones es un columnista y activista político inglés que se ha hecho tremendamente popular en España. Al libro que toca hoy comentar, Chavs. La demonización de la clase obrera (publicado en 2010, con apenas 26 años), se unen sus actos de campaña en favor de Podemos (de cuyo apoyo exterior es un importante baluarte), o, para quien haya seguido los análisis del atentado de Orlando (12 de junio, hace sólo cinco semanas), su indignada respuesta a los sesgados análisis del mismo.

Chavs (aquí una descripción de lo que significa chav según Wikipedia) es un estupendo bofetón a la visión que sobre las clases bajas han impuesto ricos, clases medias, intelectuales, y clases políticas, a través de los medios y de decisiones gubernamentales que surgidas especialmente en el thatcherismo y refrendadas –menos vigorosamente, pero aun así- por el nuevo laborismo, ayudaron a que una clase trabajadora organizada y solidaria terminara en un conjunto actual degradado económica y socialmente. Jones estudia las acciones que Thatcher empleó para minar el poder sindical (al que se consideró a finales de los setenta el centro de los males del país como un poder en la sombra), para convertir la sociedad industrial inglesa en una de servicios, para pervertir la política de vivienda social y acumular en ella a la sociedad con más problemas económicos y sociales, y para desplazar la economía desde las industrias hacia las finanzas. La consecuencia fue la progresiva imposición de la cultura de la meritocracia individual, y la continua apelación a que los trabajadores se habían buscado su mala suerte ahora que en Gran Bretaña todos eran clases medias, con la connivencia mediática de periodistas, analistas políticos, clases intelectuales, y series de televisión donde esta clase trabajadora es ridiculizada desde hace décadas.

Vicky Pollard (vía). Jones acusa a la serie Little Britain de extender tópicos injustos sobre las madres solteras británicas a través de este personaje

El exhaustivo análisis de Jones, aunque lúcido y en ocasiones desgarrador, acaba siendo algo repetitivo, en un libro algo falto de estructura y al que le falta edición. Jones niega que se trate de una exaltación nostálgica de las viejas clases trabajadoras que ya sabe que no volverán como tales (y analiza bien para ello las nuevas características del empleo de baja cualificación en el servicio, los supermercados o los call center), pero apenas ofrece soluciones de futuro a partir del momento actual, siendo quizás la propuesta de empresas públicas tipo cooperativa la única de calado que no consista en la (im)posibilidad de volver a tener la industria pesada a Gran Bretaña, que pueda dar más sentido a la lucha sindical. A la vez que aboga por regresar al espíritu comunitario laboralista, se aferra a la imposibilidad de conseguir condiciones de vida de clase media real  para la población heredera de la clase trabajadora, lo cual resulta un tanto materialista en el sentido de la lucha de clases (y es un punto que no comparto), pero para lo que, al parecer, encuentra sentido en la desigualdad existente, de modo casi determinista, en la sociedad británica.

El foco de Chavs es exclusivamente la situación de Gran Bretaña, y resulta difícil juzgar si determinados edificios son completos o si ciertamente, la luz puesta en la demonización es tan intensa –y la deja en tal evidencia- que apenas se fija en otros elementos. Las críticas que Jones hace a series de televisión, películas, grupos de música, o al diseño de la Premier League, apenas recogen contratestimonios o contraejemplos, e incluso los de cineastas como Stephen Frears o Ken Loach aparecen de manera anecdótica. Cierto es que el punto de vista es político y no estético o artístico, y el reflejo de la denuncia en lo político queda claro, pero, al menos en cine, yo sé que existen ejemplos a discutir que no encajan con una animadversión de lo audiovisual hacia las clases trabajadoras. ¿Puedo extrapolar esto a otros puntos? No lo sé, y es casi seguro que no al campo político que Jones conoce bien. El libro fue obviamente criticado por muchos analistas, y en el epílogo Jones aprovecha para responder.

Chavs se publica en 2010, y, por tanto, determinadas consecuencias y responsabilidades de la crisis económica de la última década tienen cabida en el texto. La crisis y sus consecuencias para las clases bajas encuentran lógico acomodo en el discurso de Jones, que casi puede presentarla como un resultado lógico de la dialéctica perversa de la lucha de clases impuesta por las clases altas desde el thatcherismo. Así sucede con los disturbios de Londres en el verano de 2011 (comentados en el epílogo), o, un lustro más tarde, incluso con el Brexit (ante el que el propio Jones no supo ver el tipo de fuerzas que su euroescepticismo, como el del ala izquierdista del laborismo, ayudaba a consolidar). Ventajas del método dialéctico, supongo.

Owen Jones (vía)

8 de julio de 2016

Austriaco, judío, escritor, humanista y pacifista


Estos calificativos con los que Stefan Zweig se define en la introducción de su autobiografía, este fabuloso libro titulado El mundo de ayer. Memorias de un europeo, nos colocan inmediatamente en el centro del horror europeo de hace más de ochenta años, que es el momento y motivo por el que este hombre decide escribir su vida, como memoria de una Europa que ya no era y de una vida culturalmente riquísima, y antes de suicidarse en su exilio brasileño, unos meses antes de que la II Guerra Mundial diera un vuelco con el avance de la batalla de Stalingrado.


Palacio Imperial de Viena, de donde emanaba la seguridad 

Zweig escribió el libro desposeído de prácticamente todo, basándose en su memoria, y sin tener a su alcance sus recuerdos, libros ni apuntes, ni poder visitar los lugares que vio durante su vida. Fue un europeísta convencido en tiempos que ahora no imaginamos pero que él creía humanistas y progresistas, que vivió el final de un período de paz inusualmente largo en Europa (sólo superado por el actual), y, sobre todo, el final de un imperio caduco como el austriaco en la gran primera herida que rompe su vida, la Gran Guerra. 

Ofrece especialmente en sus primeros capítulos un fresco vivaz, dinámico y profundo de la sociedad vienesa del cambio de siglo, envidiable como ninguna en su potenciación y disfrute de lo cultural, pero rancia y moralista como correspondía a un gobierno milenario y decadente. Su análisis parte del rasgo psicológico personal, pasa por la descripción social y su moral burguesa, y la influencia en la vida cotidiana, y termina con la situación política y el aparente absurdo de las guerras que vivió, bajo una capa de amargura por los valores perdidos y un terrible pesimismo ante el futuro inmediato; la combinación es arrebatadoramente emotiva por momentos, aumentada por el recuerdo de sus inicios profesionales, y el hecho que nosotros sabemos y Zweig no: que acabaría suicidándose por todo ello. Resulta especialmente brillante, y entiendo que posiblemente de manera muy válida como testimonio histórico, en el periodo que va de su infancia a 1914, y en su descripción del estallido de la I Guerra Mundial. Zweig además fue de los pocos intelectuales de la cultura alemana que, a diferencia de lo que sucedió con muchos de ellos en la II Guerra Mundial, fue antibelicista durante el conflicto.


Secesión

La riqueza de la prosa y el ritmo del libro pueden tener parte de mérito en la traducción. Rara vez nombro aquí a los traductores que me veo obligado a leer, en este caso J. Fontcuberta y A. Orzeszek, que espero hayan disfrutado con su trabajo, al obtener la sensación de fluida literatura, comprometida, sentimental e intelectual que en castellano tenían coetáneos de Zweig que también sufrieron guerras como Eugenio Xammar o Manuel Chaves Nogales. ¿Sería cosa de los tiempos?


Stefan Zweig, a los 19 años (vía)

¡Mi debido agradecimiento a Jonathan y Eugenia por el libro!