28 de enero de 2016

Wilson


Resulta chocante y por ello atractiva la opción que Daniel Clowes usa en Wilson: cambiar la estética del cómic, el dibujo del personaje, en cada página. Así es, Wilson es un cómic que cuenta una historia independiente en cada página, aunque todas ellas forman un conjunto: la vida adulta de Wilson, un cínico misántropo despegado de la vida y del mundo, que gusta de decir a todo el mundo su más sincera opinión aunque no se la pidan, que se acerca al maltrato psicológico, y que por ello es obviamente solitario, ninguneado, incluso pasa por la cárcel, y acaba en una soledad completa. Este cambio estético entre páginas debe tener un sentido, claro, aunque no sea lineal (la historia dramática avanza linealmente entre grandes elipsis entre páginas).  A mí me evoca una cierta inevitabilidad del carácter humano: aunque se vista de diferentes ropajes, el mono sigue siendo mono.


Clowes es un pesimista terrible. Este es el tercer cómic que leo de él, tras Ice Haven y Daniel Boring. Wilson, a diferencia de los anteriores, pivota exclusivamente sobre el retrato psicológico de su personaje central, especialmente odioso, sin que en sí podamos encontrar asidero alguno para disculparle. No es que su vida haya sido desafortunada, no es que proceda de un entorno que explique su amargura, simplemente se lo ha currado así. Tampoco hay modelos de humanidad más positiva a su alrededor, y la negrura de las relaciones sociales encaja con la de sus obras anteriores.

Los tonos pastel, cierta línea clara, e incluso algunos de los estilos más caricaturescos utilizados por Clowes, ofrecen un contraste visual desasosegante que en general el autor trabaja con maestría. No se trata de envolver a Wilson en una oscuridad expresionista, sino de encajarlo en un entorno luminoso falsamente feliz, mostrando el monstruo psicológico que acecha en la falsedad de la vida occidental. Wilson el sociópata no está en realidad tan solo, y tal vez lo chocante se vuelve algo obvio.

Daniel Clowes (vía)




18 de enero de 2016

Operación meninas


Ha sido casual pero muy apropiado leer Las Meninas justo después de La invención del cuadro, donde la famosa obra de Velázquez es uno de los cuadros analizados. Las Meninas es en esta ocasión un cómic escrito por Santiago García, del que ya hablé por aquí gracias a su estupendo ensayo La novela gráfica, y dibujado por Javier Olivares, que toma la forma de una investigación sobre la figura del pintor de la corte de Felipe IV antes de ser reconocido como miembro de la Orden de Santiago. La excusa permite seguir los pasos vitales del pintor, las ciudades en que vivió, o los motivos de sus cuadros, a la vez que se sale de este esquema ‘rosebudiano’ para mostrar situaciones futuras en que bien Velázquez o bien Las Meninas son motivo de homenaje o inspiración por autores posteriores como Picasso, Goya, Buero Vallejo o incluso Foucalt.


El resultado visual es deslumbrante. Creo que en parte se debe a que tenemos escasas representaciones en nuestra memoria visual del pintor de pintores, lo cual supone cierto impacto en el lector. Pero también a varias decisiones artísticas de calado, como el tono tenebroso y expresionista del dibujo audazmente alternado con los cambios de estilo de los episodios futuros, o el juego de mirada hacia la viñeta trasunto del propio juego que Velázquez propone en su obra maestra. Las Meninas es ese cuadro real en que el rey aparece pero no está, un espejo metafórico abierto a interpretaciones, y servido por un genio en el arte de las lecturas visuales. Hasta cierto punto, el cuadro que aparece en el título del cómic es también algo esquivo: la culminación de una obra y una vida cuya creación en las páginas finales es un arriesgado –por peculiar- clímax narrativo.

La composición y el juego de blanco y negro recuerda a algo, ¿no?

Este cómic encierra obviamente un diálogo entre artes que resulta muy estimulante. El cómic es un arte literario y visual aquí utilizado como medio expresivo para entender las claves de una obra maestra del arte de la pintura. El cómic se revela así como una disciplina completa, capaz de recoger estilos, épocas y miradas distintas, e integrarlas en una obra nueva y original, de potencia expresiva, y, por supuesto, rendida admiración hacia Velázquez. De este modo, el cómic encuentra nuevas formas de expresión, aunando la poética de la narración dramática con el ensayo artístico y la investigación histórica. Admirable.

Santiago García (vía)

Javier Olivares (vía)


8 de enero de 2016

Cuadros y miradas


La invención del cuadro es el libro publicado a partir de los trabajos que dieron lugar a la tesis doctoral de Victor I. Stoichita. Centrado en los siglos XVI y XVII, su interés principal es mostrar el momento en que la pintura del Renacimiento se hizo consciente del lenguaje del acto de pintar, y, liberándose del yugo de la representación religiosa, se implicó en el arte, sus significados, y la capacidad del mismo para desarrollar discurso y lenguaje. El cuadro en sí es el marco que permite focalizar la mirada de modo que se sugiera un significado debido precisamente a la presencia del marco, real o figurado.

Que no os mientan si os dicen que la escena inicial de El puente de los espías se inspira totalmente en Norman Rockwell. 300 años antes Johannes Gumpp ya había tenido la idea…

A partir del siglo XVI, la pintura flamenca fundamentalmente comienza a trabajar temas que reflexionan sobre el arte, la representación, la mirada, y la autoría. Los nuevos géneros que aparecen, el paisaje, el bodegón, y el retrato, implican al autor de los mismos en la concreción de los objetos, y en su aparición en un contexto. La mirada se centra en lugares que aparecen acotados: ventanas, puertas, cortinas –que abren nuevos espacios en la estancia cerrada del lienzo- y, más adelante, espejos, mapas y reversos de cuadros, como ejemplos directos de devolución de esa mirada, de aparición en el cuadro de lo que había quedado fuera del mismo (el propio pintor en muchas ocasiones, o los lugares lejanos o cercanos a que remite el mapa como representación en sí), o de negación incluso de la posibilidad de mirar. Los ejemplos son innumerables, y las lecturas metaartísticas muy sorprendentes e innovadoras, aunque cuatrocientos cincuenta años más tarde a veces todavía pensemos como novedad estrategias autorales similares que vemos en cine o literatura. La evolución de la propia reflexión sobre la pintura, de las galerías de coleccionistas –con sus infinitos cuadros alegóricos en un mismo espacio- al método cartesiano para la mirada, supone también un análisis sobre el cambio de paradigma que se produjo en ese tiempo en el arte pictórico, y en la reflexión crítica sobre el mismo.

Cristo en casa de Marta y María es el cuadro de Pieter Aertsen con el que Stoichita empieza su estudio. La escena principal relegada a un encuadre menor, representada sobre otor encuadre, y un bodegón metafórico en primer plano cambiando el sentido de la importancia de la mirada

Dos obras cumbres de este conjunto son especialmente analizadas por Stoichita, Las meninas (Diego Velázquez), donde hay autorretrato, espejo, puerta, cortina y reverso de cuadro, y El arte de la pintura (Johannes Vermeer), donde el autorretrato es de espalda, y hay cortina, mapa y anverso de cuadro: hasta cuatro marcos en una única imagen. De Las meninas hablaré enseguida en este blog. Con el magnífico cuadro de Vermeer os dejo:

El arte de la pintura, de Vermeer de Delft

Victor I. Stoichita (vía)